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y lo que basta para tres casas de á diez personas cada una, para un mes, come un cristiano y destruye en un dia, y otras muchas fuerzas y violencias y vejaciones que les hacian, comenzaron á entender los indios que aquellos hombres no debian de haber venido del cielo. Y algunos escondian sus comidas, otros sus mugeres y hijos, otros huyanse á los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible conversacion. Los cristianos dábanles de bofetadas y puñadas y de palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos. Y llegó esto á tanta temeridad y desvergüenza, que al mayor rey señor de toda la isla, un capitan cristiano le violó por fuerza su propia muger. De aquí comenzaron los indios á buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras; pusiéronse en armas, que son harto flacas y de poca ofension y resistencia y ménos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas y áun de niños): los cristianos con sus caballos, y espadas y lanzas comienzan á hacer matanzas y crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mugeres preñadas ni paridas que no desbarrigaran y hacian pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacian apuestas sobre quién de una cuchillada abria el hombre por medio, ó le cortaba la cabeza de un piquete, ó le descubria las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban con ellas en rios por las espaldas, riendo y burlando y cayendo en el agua decian, «bullís cuerpo de tal;» otras criaturas metian en la espada con las madres juntamente, y todos cuantos delante de sí hallaban. Hacian unas horcas largas que juntasen casi los piés á la tierra, y de trece en trece, á honor y reverencia de nuestro Redentor y de los doce Apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos. Otros ataban 6 liaban todo el cuerpo de paja seca, pegándolo fuego, así los quemaban. Otros y todos los que querian tomar á vida cortábanles ambas manos, y de ellas llevaban colgando y dicíanles: « andad con cartas (conviene á saber), llevad las nuevas á las gentes que estaban huidas por los montes. Comunmente mataban á los señores y nobles de esta manera: que hacian unas parrillas de varas

sobre horquetas, y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos desesperados, se les salian las ánimas.

Una vez vide que, teniendo en las parrilllas quemándose cuatro ó cinco principales y señores (y áun pienso que habia dos ó tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitan ó le impedian el sueño, mandó que los ahogasen; y el alguacil que hera peor que verdugo que los quemaba (y sé como se llamaba, y áun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos; ántes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el fuego hasta que se asaron despacio como él queria. Yo vide todas las cosas arriba dichas, y muchas otras infinitas. Y por que toda la gente que huir podia se encerraba en los montes y subia á las sierras, huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, estirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos, que en viendo un indio le hacian pedazos en un credo, y mejor arremetian á él y lo comian que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías, y porque algunas veces raras y pocas mataban los indios algunos cristianos, con justa razon y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, habian los cristianos de matar cien indios.

LOS REINOS QUE HABIA EN LA ISLA ESPAÑOLA,

Habia en esta isla Española cinco reinos muy grandes principales y cinco reyes muy poderosos, á los cuales cuasi obedecian todos los otros señores, que eran sin número, puesto que algunos señores de algunas apartadas provincias no reconocian superior de ellos alguno. El un reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta vega es de las más insignes y admirables cosas del mundo, porque dura ochenta leguas de la mar del Sur á la del Norte. Tiene de ancho cinco leguas y ocho hasta diez, y sierras altísimas de una parte y de

otra. Entran en ella sobre treinta mil rios y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir. Y todos los rios que vienen de la una sierra, que está al Poniente, que son los veinte y veinticinco mil, son riquísimos de oro. En la cual sierra ó sierras se contiene la provincia de Cibao, donde se dicen las minas de Cibao, de donde sale aquel señalado y subido, en quilates, oro que por acá tiene gran fama. El rey y señor de este reino se llamaba Guarioner. Tenia señores tan grandes por vasallos que juntaba uno de ellos diez y seis mil hombres de pelea para servir á Guarioner, y yo conocí algunos de ellos. Este rey Guarioner era muy obediente y virtuoso y naturalmente pacífico, y devoto á los reyes de Castilla, y dió ciertos años su gente, por su mandado, cada persona que tenia casa, lo hueco de un caxcabel lleno de oro, y despues, no pudiendo henchirlo, se lo cortaron por medio y dió llena aquella mitad porque los indios de aquella isla tenian muy poca ó ninguna industria de coger ó sacar el oro de las minas. Decia y ofrecíase este cacique á servir al rey de Castilla con hacer una labranza que llegase desde la Isabela, que fué la primera poblacion de los cristianos, hasta la ciudad de Santo Domingo, que son grandes cincuenta leguas, porque no le pidiesen oro, porque decia, y con verdad, que no lo sabian coger sus vasallos. La labranza que decia que haria sé yo que la podia hacer y con grande alegría, y que valiera más al rey cada año de tres cuentos de castellanos, y áun fuera tal que causara esta labranza haber en la isla hoy más de cincuenta ciudades tan grandes como Sevilla.

El pago que dieron á este rey y señor tan bueno y tan grande fué deshonrrallo por la muger, violándosela un capitan, mal cristiano, el que pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente para vengarse, acordó de irse y esconderse sola su persona, y morir desterrado de su reino y estado á una provincia que se decia de los Ciguallos, donde era un gran señor su vasallo. Desde que lo hallaron ménos los cristianos no se les pudo encubrir: van y hacen guerra al señor que lo tenia, donde hicieron grandes matanzas, hasta que en fin lo hobieron de hallar y prender, y preso con cadenas y grillos lo metieron en una nao para traerlo á Cas

tilla. La cual se perdió en la mar, y con él se ahogaron muchos cristianos y gran cantidad de oro, entre lo cual pereció el grano grande que era como una hogaza, y pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza de tan grandes injusticias.

El otro reino se decia del Marien, donde agora es el puerto real al cabo de la vega, hácia el Norte, y más grande que el reyno de Portugal; aunque, cierto, harto más felice y digno de ser poblado, y de muchas y grandes sierras, y minas de oro y cobre muy rico, cuyo rey se llamaba Guacanagarí, la última aguda, debajo del cual habia muchos y muy grandes señores, de los cuales yo vide y conocí muchos, y á la tierra de éste fué primero á parar el Almirante viejo que descubrió las Indias, al cual recibió la primera vez el dicho Guacanagarí, cuando descubrió la isla con tanta humanidad y caridad, y á todos los cristianos que con él iban, y les hizo tan suave y gracioso recibimiento, y socorro y aviamiento (perdiéndosele allí áun la nao en que iba el Almirante) que en su misma patria y de sus mismos padres no lo pudiera recibir mejor. Esto sé por relacion y palabras del mismo Almirante. Este rey murió huyendo de las matanzas y crueldades de los cristianos; destruido y privado de su estado, por los montes perdido. Todos los otros señores, súbditos suyos, murieron en la tiranía y servidumbre que abajo será dicha.

El tercero reino y señorío fué la Maguana; tierra tambien admirable, sanísima y fertilísima, donde agora se hace la mejor azúcar de aquella isla. El rey dél se llamó Caonabo, éste en esfuerzo, y estado, y gravedad, y ceremonias de su servicio, excedió á todos los otros. A éste prendieron con una gran sutileza y maldad, estando seguro en su casa. Metiéronlo despues en un navío para traerlo á Castilla, y estando en el puerto seis navíos para se partir, quiso Dios mostrar ser aquella con las otras grande iniquidad y injusticia, y envió aquella noche una tormenta que hundió todos los navíos, y ahogó todos los cristianos que en ellos estaban, donde murió el dicho Caonabo cargado de cadenas y grillos. Tenia este señor tres ó cuatro hermanos muy varoniles y esforzados como él; vista la prision tan injusta de su hermano y señor, y las destrucciones y matanzas que los cristianos en los otros reinos

hacian, especialmente desde que supieron que el rey, su hermano, era muerto, pusiéronse en armas para ir á acometer y vengarse de los cristianos; van los cristianos á ellos con ciertos de caballo (que es la más perniciosa arma que puede ser para entre indios), y hacen tantos estragos y matanzas, que asolaron y despoblaron. la mitad de todo aquel reino.

El cuarto reino es el que se llamó de Xaragua, este era como el meollo ó médula, ó como la corte de toda aquella isla; excedia en la lengua y habla ser más polida, en la policía y crianza más ordenada y compuesta en la muchedumbre de la nobleza y generosidad, porque habia muchos y en gran cantidad señores y nobles, y en la lindeza y hermosura de toda la gente á todos los otros. El rey y señor dél se llamaba Behechio, tenia una hermana que se llamaba Anacaona. Estos dos hermanos hicieron grandes servicios á los reyes de Castilla, y inmensos beneficios á los cristianos, librándolos de muchos peligros de muerte; y despues de muerto el rey Behecbio, quedó en el reino por señora Anacaona. Aquí llegó una vez el Gobernador que gobernaba esta isla, con sesenta de á caballo y más trescientos peones, que los de caballo solos bastaban para asolar á toda la isla y la tierra firme; y llegáronse más de trescientos señores á su llamado seguros, de los cuales hizo meter dentro de una casa de paja muy grande los más señores por engaño, y metidos les mandó poner fuego y los quemaron vivos. A todos los otros alancearon y metieron á espada con infinita gente, y á la señora Anacaona, por hacerla honra, ahorcaron. Y acaescia á algunos cristianos, ó por piedad ó por cudicia, tomar algunos niños para mampararlos no los matasen, y poníanlos á las ancas de los caballos, venia otro español por detras y pasábalo con su lanza; otro, si estaba el niño en el suelo, le cortaba las piernas con la espada. Alguna gente que pudo huir de esta tan inhumana crueldad, pasáronse á una isla pequeña, que está cerca de allí, ocho leguas en la mar, y el dicho gobernador condenó á todos estos que allí se pasaron, que fuesen esclavos porque húyeron de la carnicería.

El quinto reino se llamaba Higuey; y señoreábalo una reina vieja que se llamó Higuanama. A ésta ahorcaron, y fueron infiniTOMO II.

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